La historia del fútbol mundial incluye miles de episodios emotivos y conmovedores, pero seguramente ninguno sea tan terrible como el que protagonizaron los jugadores del Dinamo de Kiev en los años 40. Estos futbolistas disputaron un partido sabiendo que, si ganaban, serían asesinados, y sin embargo decidieron vencer. En la muerte dieron una lección de coraje, vida y honor, que no hay igual en el mundo.
Entre aquellos soldados enfermos y desnutridos, estaba Nikolai Trusevich, quien había sido portero del Dinamo de Kiev. Josef Kordik, un panadero alemán a quien los nazis no perseguían, precisamente por su origen, era hincha fanático del Dinamo. Un día caminaba por la calle cuando, sorprendido, miró a un pordiosero y de inmediato se dio cuenta de que era su ídolo: el gigante Trusevich. Aunque era ilegal, mediante artimañas, el comerciante alemán engañó a los nazis y contrató al arquero para que trabajara en su panadería. Su afán por ayudarlo fue valorado por el arquero, que agradecía la posibilidad de alimentarse y dormir bajo un techo. Al mismo tiempo, Kordik se emocionaba por haber hecho amistad con la estrella de su equipo.
En la convivencia, las charlas giraban siempre sobre el fútbol y el Dinamo, hasta que el panadero tuvo una idea genial: le encomendó a Trusevich que, en lugar de trabajar como él amasando pan, se dedicara a buscar al resto de sus compañeros. No sólo le seguiría pagando, sino que juntos podían salvar a los otros jugadores. El portero recorrió lo que quedaba de la ciudad devastada día y noche y, entre heridos y mendigos, fue descubriendo, uno a uno, a sus amigos del Dinamo. Kordik les dio trabajo a todos, esforzándose para que no se descubriera la maniobra. Trusevich encontró también algunos rivales del campeonato ruso, tres futbolistas del Lokomotiv, a los que, por supuesto, rescató. En pocas semanas, la panadería escondía entre sus empleados a un equipo completo.
Reunidos por el panadero, los jugadores no tardaron en dar el siguiente paso, y decidieron, alentados por su protector, volver a competir. Era, además de escapar de los nazis, lo único que podían hacer. Muchos habían perdido a sus familias a manos del ejército de Hitler, y el fútbol era la última sombra que sobrevivía de sus vidas anteriores. Como el Dínamo estaba clausurado y prohibido, le dieron a su conjunto un nuevo nombre. Así nació el FC START, que comenzó a desafiar a equipos de soldados enemigos y selecciones de la órbita del III Reich.

El 6 de agosto, convencidos de su superioridad, los alemanes prepararon un equipo con miembros de la Luftwaffe, el Flakelf, que ya había sido utilizado como instrumento de
Antes del choque, un oficial de la SS entró en el vestuario y dijo en ruso: “Soy el árbitro, respeten las reglas y saluden con el brazo en alto”; esto es, les exigió que hicieran el saludo nazi. Ya en el campo, los futbolistas del Start (camiseta roja y pantalón blanco) alzaron el brazo, pero inmediatamente se lo llevaron al pecho y, en lugar de decir "¡Heil Hitler!", gritaron "¡Fizculthura!", un eslogan soviético que proclamaba la cultura física. Los alemanes (camiseta blanca y pantalón negro) marcaron el primer gol, pero el Start llegó al descanso ganando 2 a 1. Hubo más visitas al vestuario, esta vez con armas y advertencias claras y concretas: “Si ganan, los fusilaremos”.
Los jugadores tuvieron mucho miedo y se plantearon no salir al segundo tiempo. Pero pensaron en sus familias, en los crímenes que se cometían, en la gente que en las tribunas gritaba por ellos. Y salieron. Les dieron a los nazis un verdadero baile. Hacia el final del partido, cuando ganaban 5 a 3, el delantero Klimenko quedó mano a mano con el arquero alemán. Lo eludió y, al estar solo frente al arco, cuando todos esperaban el gol, se dio vuelta y pateo hacia el centro del campo. Fue un gesto de desprecio, de burla, de superioridad total. El estadio se vino abajo.
Como todo Kiev hablaba de la hazaña, los nazis dejaron que se fueran de la cancha como si nada hubiera ocurrido. Incluso el Start jugó a los pocos días y le ganó al Rukh 8 a 0. Pero el final estaba escrito: tras ese último partido, la Gestapo visitó la panadería y los miembros del equipo fueron acusados de ser espías de la NKVD. Esta acusación se basaba en que el Dínamo era un club asociado a la policía secreta, si bien quedó claro que cualquier excusa habría sido valida para el III Reich. El primero en morir torturado fue Kortkykh. Los demás arrestados fueron enviados a los campos de concentración de Siretz. Allí mataron a Kuzmenko, Klimenko y al arquero Trusevich, que falleció con su camiseta puesta. Goncharenko y Sviridovsky, que no estaban en la panad

Hoy, en las escalinatas del club, se conserva un monumento que saluda y recuerda a aquellos héroes del FC Start, los indomables prisioneros de guerra del Ejército Rojo a los que nadie pudo derrotar durante una decena de históricos partidos, entre 1941 y 1942. Los mataron entre torturas y fusilamientos, pero hay un recuerdo, una fotografía que, para los hinchas del Dinamo, vale más que todas las joyas del Kremlin. Allí figuran los nombres de los jugadores y una leyenda: “A estos deportistas que, con su lucha y su honor, contribuyeron a la liberación de nuestra patria y a la derrota de los invasores alemanes”.
3 comentarios:
Eh! Me ha encantado el post, Alberto ^^ Me ha resultado muy interesante de leer, de verdad ;)
Enorme, Alberto...enorme...
Esta es una de esas escasas pero maravillosas ocasiones en las que la realidad supera con mucho la ficción. Curioso que hace poco estuviésemos hablando de "Evasión o victoria".
Esta historia es infinitamente más emocionante :)
Muy interesante. Este tipo de entradas siempre me gustan ^^
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